lunes, 30 de julio de 2012

Cuatro formas de Tolerar...

Maestro Hsing Yun 

La mayor fuerza de la humanidad no consiste en armas de fuego, puños, ni en un poderío militar, sino en la capacidad de tolerancia. Todo tipo de fuerza debe inclinarse delante de quien tolera.
Hay cuatro principios para la tolerancia:

1. No responder a las blasfemias

Cuando somos insultados, provocados o acusados injustamente debemos responder con el silencio. Si respondemos de la misma forma cuando somos víctimas de la blasfemia, nos igualamos con aquellos que nos insultan, rebajando nuestro nivel. Si nos mantenemos en silencio usándolo como arma contra las blasfemias, evocando la conciencia de quien las pronunció, esta fuerza es, naturalmente, mayor.

2. Mantenerse calmo frente a los infortunios

Cuando nos encontramos con personas que nos quieren incomodar derrumbar u oprimir, debemos enfrentarlas con calma, evitando cualquier confrontación. No responder con un puñetazo cuando se recibe uno, ni responder con un puntapié cuando se recibe otro, pues de esta confrontación nadie sale vencedor. Si la intención es buscar venganza de un odio momentáneo, no alcanzará el éxito de grandes hazañas.

3. Compasión frente a la envidia y el odio 

Frente a la envidia y el odio de otros no debemos responder igualmente con odio y envidia, sino con corazón abierto y alma compasiva, ofrecer nuestra amistad y mostrarles nuestra intención pacífica, demostrando así, con educación, nuestra superioridad.

4. Gratitud frente a las difamaciones

Si alguien lo insulta y difama, no se enoje con quien lo provocó, sino acuérdese de los beneficios que esa persona le proporcionó en el pasado y sea agradecido por eso. Principalmente, no se olvide de que en el fango más inmundo crece la impecable flor de loto. Cuanto más oscuro es el lugar, mayor es la necesidad de mantener encendida la luz del alma. Por lo tanto, ante las difamaciones, aquellos que nos difaman deben ser influenciados con ética, compasión y misericordia; solamente así la superaremos, con moralidad y tolerancia.

El verdadero vencedor tiene la fuerza de la tolerancia y el coraje de asumirla frente a los insultos, opresiones.

jueves, 26 de julio de 2012

Aqui y ahora

Vivir "aquí y ahora" no es fácil de hacer. Estamos constantemente viajando hacia atrás en nuestro pasado recordado o hacia adelante en nuestro futuro imaginado.
Somos tan propensos a la reconstrucción de un suceso pasado, de tal manera, que este en realidad no se alinea con los eventos como realmente sucedieron. Es fácil volver a crear conversaciones en las que nosotros o la otra persona dice o actúa de forma diferente a lo que realmente pasó. Así que no sólo terminamos viviendo en el pasado,sino que a veces vivimos un pasado que nunca existió! o al menos no de la manera en que lo recordamos.
Del mismo modo, cuando empezamos a imaginar algún acontecimiento futuro, lo más probable es que este fuertemente influenciado por nuestros temores y esperanzas. Si bien no hay nada malo en una distracción o en un poco de imaginación acerca de lo que el futuro podría parecer (es decir, ¿qué harías si ganaras la lotería?)
Es fácil de empezar a vivir en una especie de limbo entre el momento presente y el futuro, eso también es algo que aun no existe . Pero bueno, está bien soñar, ¿verdad? La respuesta es que si es hermoso soñar. Pero también lo es estar despierto y sólo estamos despiertos ahora, no cuando nuestros pensamientos de disparan al pasado o al futuro.
Una manera de reconocer cuando estamos abandonando el momento presente es la presencia de resentimiento o temor .Cualquier resentimiento se basa en algo que ya sucedio. Cualquier temor se basa en algo que aún no ha ocurrido. Una forma de minimizar el resentimiento y el miedo en nuestra vida es volver de nuevo al presente. Sólo puede durar un instante antes de que se vuelva a volar en una dirección u otra, pero a veces esa sola respiración conciente es suficiente para romper el ciclo de tiempo antes del improductivo disparo. Como dice el viejo refrán, el pasado es historia y no hay nada que puede hacer al respecto, y el futuro es un misterio que no podemos hacer frente a hasta que lleguemos allí. La única cosa que puede influir es el momento presente. Este es un verdadero regalo, por eso se le llama el presente. 

EL CEREBRO DESPUES DE LOS 50



El Dr. Juan Hitzig es autor del libro "Cincuenta y tantos" Cuerpo y mente en forma aunque el tiempo siga pasando. En la página de Gerontología de la Universidad Maimónides se lee: 
No hay duda de que el ser humano vive cada vez más. ¿Cómo hacer para que esta longevidad no sea una acumulación de dolencias y enfermedades, sino una etapa vital, plena de experiencias y desarrollo personal?
Las ideas centrales de este libro se basan en investigaciones que demuestran que alrededor de los cincuenta años se encuentra el Punto de Inflexión Biológica que define en qué forma envejeceremos. Profesor de la Universidad Maimónides y reconocido gerontólogo dedicado a  estudiar las causas de la longevidad saludable sostiene con humor que:
"El cerebro es un ‘músculo' fácil de engañar; si sonríes cree que  estás contenta y te hace sentir mejor". 
Explica que el pensamiento es un evento energético que transcurre en una  realidad intangible pero que rápidamente se transforma en emoción  (del griego emotion, movimiento), un movimiento de neuroquímica y hormonas que cuando es negativo hace colapsar a nuestro organismo físico en forma de  malestar, enfermedades e incluso de muerte. Con los años, el Dr. Hitzig ha desarrollado un alfabeto emocional que conviene  memorizar.
Las conductas con R:
Resentimiento,
rabia,
reproche,
rencor,
rechazo,
resistencia,
represión......... 
Son generadoras de coRtisol, una potente hormona del estrés, cuya presencia  prolongada en sangre es letal para las células arteriales ya que aumenta el  riesgo de adquirir enfermedades cardio-cerebro-vasculares.
·                        
Las conductas R generan actitudes D:
Depresión,
desánimo,
desesperación,
desolación.
En cambio, las conductas con S
Serenidad,
silencio,
sabiduría,
sabor,
sexo,
sueño,
sonrisa,
sociabilidad,
sedación......... son motorizadoras de Serotonina, una hormona generadora de tranquilidad que mejora la calidad de vida, aleja la enfermedad y retarda la velocidad del envejecimiento celular.
·                        
Las conductas S generan actitudes A:
Animo,
aprecio,
amor,
amistad,
acercamiento.
Fíjate que así nos enteramos de que lo que siempre se llamó "hacerse mala  sangre" no es más que un exceso de cortisol y una falta de serotonina en la sangre.
Algunas reflexiones más del Dr. Hitzig:
·                         Presta atención a tus PENSAMIENTOS pues se harán PALABRAS.
·                         Presta atención a tus PALABRAS pues se harán ACTITUDES.
·                         Presta atención a tus ACTITUDES porque se harán CONDUCTAS.
·                         Presta atención a tus CONDUCTAS porque se harán CARACTER.
·                         Presta atención a tu CARACTER porque se hará BIOLOGIA.
Practiquemos.  
Hace muchos años el poeta Rabindranath Tagore decía: "Si tiene remedio, ¿de qué te quejas? Y si no tiene remedio, ¿de qué te quejas?" 
Podría servirnos para aprender a dejar las quejas y los pensamientos negativos de lado y buscar en cada situación el aspecto positivo ya que hasta la peor de  ellas lo tiene.  De esa forma nos inundaría la SEROTONINA con todas sus eses, la sonrisa se nos  grabaría en las mejillas y todo ello nos ayudaría a vivir mucho mejor ese montón de años que la ciencia nos ha agregado.  Porque, olvidaba escribirlo, el Dr. Hitzig ha comprobado con sus investigaciones  que quienes envejecen bien son las personas  ACTIVAS, SOCIABLES Y SONRIENTES.
No las avinagradas (que nadie quiere tener cerca).
Empecemos hoy practicando las eses frente al espejo para mejorar nuestro humor y cuidar nuestra salud. ¿Estás de acuerdo con el alfabeto emocional? ¿Qué abunda más en tu vida, R o S?
Suena lógico ¿verdad? 

miércoles, 25 de julio de 2012

El relojero



De esto hace mucho tiempo. Epoca en la que todavía todo oficio era un arte y una
herencia. El hijo aprendía de su padre, lo que éste había sabido por su abuelo. El
trabajo heredado terminaba por dar un apellido a la familia. Existían así los Herrero, los
Barrero, la familia de Tejedor, etcétera.
Bueno, en aquella época y en un pueblito perdido en la montaña, pasaba más o menos
lo mismo que sucedía en todas las otras poblaciones. Las necesidades de la gente eran
satisfechas por las diferentes familias que con sus oficios heredados se preocupaban
de solucionar todos los problemas. Cada día, el aguatero con su familia traía desde el
río cercano toda el agua que el pueblito necesitaba. El cantero hacía lo mismo con
respecto a las piedras y lajas necesarias para la construcción o reparación de las
viviendas. El panadero se ocupaba con los suyos de amasar la harina y hornear el pan
que se consumiría. Y así pasaba con el carnicero, el zapatero, el relojero. Cada uno se
sentía útil y necesario al aportar lo suyo a las necesidades comunes. Nadie se sentía
más que los otros, porque todos eran necesarios.
Pero un día algo vino a turbar la tranquila vida de los pobladores de aquella aldea
perdida en la montaña. En un amanecer se sintió a lo lejos el clarín del heraldo que
hacía de postillón o correo. El retumbo de los cascos de caballo se fue acercando y
finalmente se lo vio doblar la calle que daba entrada al pueblito: un caballo sudoroso
que fue frenado justo delante de la puerta de la casa del relojero. El heraldo le entregó
un grueso sobre que traía noticias de la capital. Toda la gente se mantuvo a la
expectativa a la puerta de sus casas a fin de conocer la importante noticia que
seguramente se sabría de un momento al otro.
Y así fue efectivamente. Pronto corrió por todo el pueblo la voz de que desde la capital
lo llamaban al relojero para que se hiciera cargo de una enorme herencia que un
pariente le había legado. Toda la población quedó consternada. El pueblito se quedaría
sin relojero. Todos se sintieron turbados frente a la idea de que desde aquel día, algo
faltaría al irse quien se ocupaba de atender los relojes con los que podían conocer la
hora exacta.
Al día siguiente una pesada carreta cargada con todas las pertenencias de la familia,
cruzaba lentamente el poblado, alejándose quizás para siempre rumbo a la ciudad
capital. En ella se marchaba el relojero con toda su gente: el viejo abuelo y los hijos
pequeños. Nadie quedaba en el lugar que pudiera entender de relojes.
La gente se sintió huérfana, y comenzó a mirar ansiosamente y a cada rato el reloj de
la torre de la Iglesia. Otro tanto hacía cada uno con su propio reloj de bolsillo. Con el
pasar de los días el sentimiento comenzó a cambiar. El relojero se había ido y nada
había cambiado. Todo seguía en plena normalidad. El aparato de la torre y los de cada
uno seguía rítmicamente funcionando y dando la hora sin contratiempo alguno.
-¡Caramba!- se decía la gente. Nos hemos asustado de gusto. Después de todo, el
relojero no era una persona indispensable entre nosotros. Se ha marchado y todo
sigue en orden y bien como cuando él estaba aquí. Otra cosa muy distinta hubiera sido
sin el panadero. No había porqué preocuparse. Bien se podía vivir sin el ausente.
Y los días fueron pasando, haciéndose meses. De pronto a alguien se le cayó el reloj, y
aunque al sacudirlo comenzó a funcionar, desde ese día su manera de señalar la hora
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ya no era de fiar. Adelantaba o atrasaba sin motivo aparente. Fue inútil sacudirlo o
darle cuerda. La cosa no parecía tener solución. De manera que el propietario del
aparato decidió guardarlo en su mesita de luz, y bien pronto lo olvidó al ir
amontonando sobre él otras cosas que también iban a para al mismo lugar de
descanso.
Y lo que le pasó a esta persona, le fue sucediendo más o menos al resto de los
pobladores. En pocos años todos los relojes, por una causa o por otra, dejaron de
funcionar normalmente, y con ello ya no fueron de fiar. Recién entonces se comenzó a
notar la ausencia del relojero. Pero era inútil lamentarlo. Ya n estaba, y esto sucedía
desde hacía varios años. Por ello cada uno guardó su reloj en el cajón de la mesa de
luz, y poco a poco lo fue olvidando y arrinconando.
Digo mal al decir que todos hacían esto. Porque hubo alguien que obró de una manera
extraña. Su reloj también se descompuso. Dejó de marcar la hora correcta, y ya fue
poco menos que inútil. Pero esta persona tenía cariño por aquel objeto que recibiera
de sus antepasados, y que lo acompañara cada día con sus exigencias de darle cuerda
por la noche, y de marcarle el ritmo de las horas durante la jornada. Por ello no lo
abandonó al olvido de las cosas inútiles. Cierto: no le servía de gran cosa. Pero lo
mismo, cada noche, antes de acostarse cumplía con el rito de sacar el reloj del cajón,
para darle fielmente cuerda a fin de que se mantuviera funcionando. Le corregía la
hora más o menos intuitivamente recordando las últimas campanadas del reloj de la
iglesia. Luego lo volvía a guardar hasta la noche siguiente en que repetía
religiosamente el gesto.
Un buen día, la población fue nuevamente sacudida por una noticia. ¡Retornaba el
relojero! Se armó un enorme revuelo. Cada uno comenzó a buscar ansiosamente entre
sus cosas olvidadas el reloj abandonado por inútil a fin de hacerlo llegar lo antes
posible al que podría arreglárselo. En esta búsqueda aparecieron cartas no
contestadas, facturas no pagadas, junto al reloj ya medio oxidado.
Fue inútil. Los viejos engranajes tanto tiempo olvidados, estaban trabados por el óxido
y el aceite endurecido. Apenas puestos en funcionamiento, comenzaron a
descomponerse nuevamente: a uno se le quebraba la cuerda, a otro se le rompía un
eje, al de más allá se le partía un engranaje. No había compostura posible para objetos
tanto tiempo detenidos. Se habían definitiva e irremediablemente deteriorado.
Solamente uno de los relojes pudo ser reparado con relativa facilidad. El que se había
mantenido en funcionamiento aunque no marcara correctamente la hora. La fidelidad
de su dueño que cada noche le diera cuerda, había mantenido su maquinaria lubricada
y en buen estado. Bastó con enderezarle el eje torcido y colocar sus piezas en la
posición debida, y todo volvió a andar como en sus mejores tiempos.
La fidelidad a un cariño había hecho superar la utilidad, y había mantenido la realidad
en espera de tiempos mejores. Ello había posibilitado la recuperación.
La oración pertenece a este tipo de realidades. Tiene mucho de herencia, poco de
utilidad a corta distancia, necesidad de fidelidad constante, y capacidad de
recuperación plena cuando regrese el relojero.